Donna me prega

Este blog se declara católico, tal vez con cierto aire estoico. Defiende la simplicidad, el silencio y la contemplación.
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martes, 13 de agosto de 2013

Carl Schmitt, Epimeteo prusiano.




Ernst Jünger y Carl Schmitt,
París (1943)

Mi colega germanófilo siente una especial atracción por la teología política y, entre sus representantes, ha dedicado no poco tiempo a la figura del jurista alemán Carl Schmitt (1888-1985). Los más cercanos lo miran, digamos, con una mezcla de aprensión y de sorprendida admiración, pues, básicamente, se esfuerza por repensar la política actual de izquierdas como una degeneración de la estructura fundamental que los teóricos del derecho germanos, considerados normalmente como reaccionarios, construyeron en la primera mitad del siglo XX. La particularidad de mi compañero consiste en leer los principios teológicos de la política schmittiana a la (contra)luz del movimiento litúrgico, sobre todo de la obra de Odo Casel, autor de El misterio del culto en el cristianismo (1935).

Como soy lego en filosofía política, seguramente me muevo por prejuicios tan elementales como los que expresaba Indiana Jones: “Nazis, ¡cómo los odio!”. Vaya por delante que tampoco soy tan simple como para considerar sin más a Schmitt un nacionalsocialista. La conquista de la potestas espiritualis que tanto ha admirado el conservadurismo alemán se le ha resistido como una necesidad ciega que ha marcado su destino trágico lanzándolo a los brazos de las Gorgonas germánicas de la derrota. No hay que descartar que incluso ahora, en que se ha convertido en un lugar común repetir que Alemania está conquistando la hegemonía europea no con divisiones sino con bancos, su triunfo crepuscular (occidental, en el sentido heideggeriano) no está exento de los riesgos farsescos de un ultracapitalismo demagógico que horada cualquier pretensión de Reich en miniatura en una época globalizada.

Esta digresión viene a cuento de que acabo de leer Ex captivitate salus, volumen que me regaló precisamente hace un par de años mi colega. Fue escrito por Schmitt en la inmediata posguerra, durante su etapa en prisión. A buena parte de la crítica le ha llamado la atención el leit-motif que recorre todas esas notas de cautiverio: Schmitt se presenta a sí mismo como un Epimeteo cristiano. Una interpretación estándar sería la ofrecida por Raúl Morodó que, en una necrológica, aplicó al mito el método alegórico de la exégesis bíblica. 

Epimeteo, desoyendo el consejo de Prometeo, que representaría la razón libre, se desposa con la estúpida pero atractiva Pandora, símbolo del mito imperial nazi. El cristianismo funcionaría como el sustituto teológico del paganismo. Schmitt renunciaría a defenderse porque, en realidad, querría confesarse. Muy consolador y, seguramente, muy falso. Ni Prometeo fue tan libre, porque a picotazos le había estado comiendo el águila el hígado hasta que llegó la fuerza bruta de Hércules a liberarlo, ni el nazismo era tan atractivo ni tan estúpido como para dejar encerrada en su memoria cualquier atisbo de esperanza. 

En sus notas, el jurista prusiano se refería explícitamente a Der christliche Epimetheus (1933) del poeta y ensayista Konrad Weiß (1880-1940). De ser cierto que Schmitt hubiese querido hacer una confesión retorcida, podría añadirse que tendría su corolario en la apropiación cínica de estos versos del suabo: “Cuanto más se busca el sentido a sí mismo / tanto más conduce el alma de la oscura prisión al mundo. / Cumple lo que debes cumplir,  ya está / desde siempre cumplido y tú no puedes más que responder”.

Frente a la habitual identificación de la teología política schmittiana como una fundamentación jurídica del nazismo, en un texto aparecido en la revista italiana Il Covile Russell A. Berman ha indagado, a través de la obra de Weiß, la alternativa que el conservadurismo católico alemán, con Schmitt a la cabeza, se habría propuesto oponer tanto a la ideología nazi como a la liberal-humanista que sostenía la República de Weimar. El poema 1933 de Weiß, citado por Schmitt al final de la sección “Sabiduría de la celda”, contendría sin resolver un enigma que a mí me ha llamado la atención.

Dejando de lado ahora lo político, materia en que repito que soy lego, me aterra la interpretación literaria que, en abril de 1947, Schmitt-Epimeteo, "el que llega tarde", extrae de los versos finales del prometeico 1933, poema de un acerado hermetismo.


“Esta es la sabiduría de la celda. Pierdo mi tiempo y gano mi espacio. Me sobreviene la tranquilidad que guarda el sentido de las palabras. Raum [espacio] y Rom [Roma] es la misma palabra. Es magnífica la fuerza espacial y germinativa de la lengua alemana. Consiguió que rimen Wort [palabra] y Ort [sitio]. Hasta la palabra Reim [rima] albergó algún sentido de Raum, y los poetas pueden permitirse el juego oscuro de Reim y Heimat [tierra natal].
En la rima, la palabra busca el sonido fraternal de su sentido. La rima alemana no es el fuego artificial de las rimas de Víctor Hugo. Es más bien eco, vestido y adorno y, al mismo tiempo, una vara mágica de las incardinaciones del sentido. Me asalta la palabra de poetas sibilinos, de mis heterogéneos amigos Theodor Däubler y Konrad Weiß. El juego oscuro de sus rimas se hace sentido y ruego.
Escucho su palabra; escucho, sufro y comprendo que no estoy desnudo, sino vestido y caminando hacia una casa. Veo el fruto inermemente rico de los años, el fruto inermemente rico del cual surge el sentido del Derecho.

Echo wäcsht vor jedem Worte;
Wie ein Sturm vom offnen Orte
Hämmert es durch unsre Pforte

(Eco crece antes que toda palabra;
igual que una tormenta del sitio abierto
llama a martillazos nuestra puerta)”.


Me pregunto por qué Schmitt escamoteó los dos versos centrales de la estrofa: “Wie es in den Jahren rütelt, / wird die Sinnfrucht durchgeschütelt” (Como despiertan a sacudidas los años, / así el fruto del sentido es golpeado).  Quizás el fruto de los años, desarmado y en todo anulado, no habría cumplido la esperanza de ofrecer al Derecho el sentido de una respuesta que martilleaba su conciencia callada, inermemente rica. ¿Quién sabe si a su puerta llamó a martillazos el fruto golpeado del sentido así como una tormenta del sitio abierto había sacudido aquellos años? 

¿Podría ser, para un natural poco diáfano como el de Schmitt, “el caso desagradable, poco glorioso y, sin embargo, auténtico de un Epimeteo cristiano"?


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